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Alejandro Prince

La Candelaria, entre el cambio y el caos

Caos. Aunque provenían de otro barrio, de otro sector de la ciudad, los silbidos de las balas eran perceptibles. El cielo no era azul, tampoco gris; era rojo. Bogotá estaba en llamas. Colombia estaba en llamas. Había ocurrido un magnicidio. Jorge Eliecer Gaitán había sido asesinado en el centro de Bogotá. Juan Roa Sierra fue perseguido, acorralado y agredido por una multitud llena de ira. Es -hasta la actualidad- el presunto autor material del magnicidio.

El 9 de abril de 1948 se recuerda como El Bogotazo, como el inicio de La Violencia, un período de 10 años de fuertes confrontaciones armadas. Alejandro Emilio Prince Saabad vio desde el balcón el cielo rojo, también escuchó los disparos. No supo del paradero de algunos de sus familiares ese día. Algunos tuvieron que esconderse, otros se unieron a la serie de protestas que se dieron a lo largo de la ciudad.

Tenía cuatro años y no había completado un año en la ciudad. Así inició su vida en Bogotá. En 1944 nació en Ocaña, Norte de Santander. Dejó la tierra caliente por uno de los lugares más fríos del país. Recuerda que en ese entonces Bogotá era más gélida de lo que ahora es, así vive en su memoria. También tiene presente el año en que arribó a La Candelaria, con su madre, su padre y sus seis (6) hermanos. En 1957 su padre se decidió por comprar una casa en La Candelaria. Sentía que esta localidad tenía amplias similitudes con Ocaña.

A partir de entonces dejaron de mudarse frecuentemente y se instalaron en un lugar concreto. La Candelaria era completamente distinta. Alejandro Prince la recuerda como una localidad en decadencia, El Bogotazo había afectado considerablemente la infraestructura del lugar, al igual que la percepción que se tenía de esta. “Decadencia en materia de seguridad, iluminación. Muchas familias adineradas arrendaron las viviendas en las que vivían y estas se volvieron inquilinatos. Había mucha inseguridad en el sector”, recuerda Alejandro.

Por eso El Bogotazo marca un antes y un después para la localidad. Previo a dicho suceso era considerado un lugar prestigioso dentro de la ciudad. Vivían personas relevantes, de influencia en la opinión pública y en distintas esferas de la sociedad. El Bogotazo hizo que la situación cambiara. Nuevas familias llegaron a los barrios de La Candelaria. La familia de Alejandro se asentó específicamente en La Concordia. Allí mismo estudió, en el Colegio Santiago Pérez -que ya no existe-, pero también estuvo es otras instituciones. Luego continuó sus estudios en técnicas agrícolas, aunque no recuerda haber ejercido esa profesión directamente, no porque le disgustara, sino que su vida se orientó en otros aspectos: el trabajo social, la vida comunitaria.

 

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—Alejandro, usted conoce mucho el barrio, la localidad. Sabe mejor que muchas personas lo que nosotros necesitamos. ¿A usted no le gustaría entrar a una lista? — le preguntó un amigo, en 1998.

—Pero… ¿Cómo? — respondió Alejandro.

El amigo de Alejandro le explicó cuál era el proceso para presentarse a la Junta de Acción Comunal (JAC) de La Concordia. El sector había transcurrido ya varios años de división entre dos ideas, entre dos partidos: los liberales y los conservadores. Un cambio era necesario, y muchas personas sentían que Alejandro era una persona con la capacidad de mejorar la convivencia entre la ciudadanía, mientras lograba concretar planes de mejora en el sector. Su amigo quería que se lanzara a la presidencia de la Junta de Acción Comunal, y a Alejandro no le parecía descabellada la idea, pero primero tendría que ejercer otro rol: el de conciliador. Destacó en ese rol, lo que impulsó su reputación y popularidad en el barrio y le permitió, en 1998, ser elegido popularmente como el presidente de la Junta de Acción Comunal de La Candelaria. Su período iría hasta 2001.

“La teoría de las JAC es muy buena. Se considera un barrio como un país, una especie de nación pequeña. Se pueden realizar muchas actividades. Tiene presidente, vicepresidente, secretario, delegados, tesoreros, comisiones. Las comisiones de trabajo son como los ministerios del gobierno”, así percibe Alejandro las JAC. En ese período tuvo que trabajar con la Corporación de La Candelaria, entidad encargada de proponer proyectos para el desarrollo de la localidad, con la alcaldía de la localidad y con la alcaldía de la ciudad. La presencia de la JAC en ese momento era relevante, ya que en 1997 se había creado el Plan Reencuéntrate, un programa con 16 proyectos que se proponían mejorar las condiciones de vida en la zona. Estaba destinado a finalizar en 2016, pero no se cumplieron en su totalidad y con el transcurrir de los años se crearon nuevos programas, proyectos y planes que limitaron los recursos y ejecución oportuna y adecuada del Plan Reencuéntrate.

Para inicios del siglo XXI, La Candelaria tenía una nueva percepción, no había inseguridad. “La Candelaria se estaba institucionalizando. Había influencia de universidades, de otras instituciones, creación de hoteles, hostales. Estaba cambiando el uso del suelo de residencial a institucional”, comenta Alejandro. Todo esto afectaba uno de los propósitos que tenían los habitantes: lograr que el territorio fuera declarado patrimonio de la humanidad, aún cuando en 1957 esta localidad ya había sido declarado Centro Histórico de Bogotá.

Ser patrimonio de la humanidad es un título especial conferido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) a lugares concretos del planeta con una amplia relevancia cultural. Eso querían los habitantes de La Candelaria, y por eso presentaron las ponencias para que se realizara el trámite. Sin embargo, la presencia de instituciones disminuyó la de residentes en la localidad, lo que influyó en que la UNESCO no considerara oportuna la asignación a La Candelaria como patrimonio de la humanidad.

“El Centro Histórico en el día, por la población flotante, está vivo. Pero en la noche solo están los guardias de las instituciones, no hay habitantes propios. Están las instituciones, pero sin habitantes genuinos. (…) La UNESCO desea un museo vivo, no un museo muerto”. Alejandro sabe que La Candelaria tiene una cifra elevada de población flotante. Las afectaciones económicas demostraron la relevancia que tiene esta población en varias de las industrias del sector.

  

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La plaza de La Concordia es un icono, tiene un valor emotivo para los residentes del sector y es un lugar de turismo para los ciudadanos que visitan La Candelaria. En 2019 se finalizó una reestructuración en la infraestructura y adecuación de la plaza, que trajo consigo nuevas dinámicas mientras se llevó otras.

—La otra plaza era más popular. Tenía mesones centrales. Los negocios vendían más cosas. No tenían que limitarse a unos productos. Pero se les exigió vender solo unos productos. Ya no hay carnicerías porque deben tener refrigeradores específicos. Tiene mayor iluminación e higiene. Tiene más pinta de centro comercial. — comenta, mientras camina por la plaza de La Concordia.

Alejandro presenció múltiples transformaciones en La Candelaria. Sonríe cuando recuerda aquella época en que tenía que calentar en la estufa el agua para poder bañarse. También debía bañarse rápido, pues el agua se enfriaba en menos de nada. Ya no tiene que preocuparse por eso, pues en su casa -esa que fue construida en 1927- ya cuenta con calentador.

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