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Álvaro Rincón

Las llaves de la tradición

Observando a los transeúntes, tomando un poco de aire y expuesto al sol de la mañana, Álvaro Rincón se sienta en la esquina de la Plaza de la Concordia, en el local 48, donde su cerrajería y miscelánea fue relocalizada tras la renovación del lugar. Sentado en un banco bajo un letrero que indica su horario, como de una sala de emergencias, abierto 24 horas, él y su esposa Yolanda Ovalle esperan clientes, al igual que toda la plaza.

La fachada está pintada de amarillo, hace 4 años era blanca, la entrada principal está hecha de ladrillo y piedra, diferente al concreto con imágenes de campesinos que solía decorarla antes. Muchos de los comerciantes, que han tenido un lugar en esa plaza desde hace años, piensan que ya no parece tanto una plaza de mercado, se sienten más en un centro comercial. “Esto no es ni la muestra de lo que era esta plaza, totalmente diferente porque esto era una plaza popular (…). Ahora esto es más como turístico”, dice Álvaro sobre la transformación que ha visto del lugar en sus 64 años de vida.

Don Álvaro tuvo un lugar en la plaza incluso antes de nacer, su madre tuvo un restaurante allí mucho tiempo y el oficio de cerrajero lo heredó de su padre, de él también conserva la vieja máquina que usaba para duplicar llaves, que asegura tiene más de 100 años. Ya no la usa, la tecnología le ha traído herramientas muy útiles, una máquina de copiado de llaves moderna se tarda un minuto en hacer réplicas exactas, pero el aparato de su padre sigue a la vista de todo aquel que entre a la cerrajería, junto a una vela con una pequeña imagen de la Virgen María, como si fuera un altar a ella y a su progenitor.

“Él falleció y yo seguí con la tradición, con el taller. Llevo, se puede decir, 50 años trabajando ya solo”. Pero no solo ha trabajado toda su vida en esta plaza, también ésta, y el barrio la Concordia, fueron los lugares que lo vieron nacer y crecer; en la localidad de la Candelaria. Hoy en día ya no vive allí, pero sí continúa trabajando, y asegura que esas calles ya no se parecen en nada a las de su infancia. La Concordia era un barrio popular y residencial, pero ahora “hay movimiento de todo lado”, relata, pues se ha convertido en una agitada zona estudiantil y turística, al igual que el resto de la localidad.

La Plaza de la Concordia fue construida en 1933 e inaugurada en 1936, y en una de sus paredes exteriores hay una placa que confirma y conmemora el momento de su entrega a la ciudadanía. Ha sido declarada patrimonio histórico y arquitectónico de Bogotá, por lo cual es un Bien de Interés Cultural de la ciudad. La cerrajería del padre de Álvaro era un modesto puesto que existió desde los primeros años de la plaza, ubicada justo en el centro del lugar. “Los que estamos ahorita, en realidad…estamos la segunda y tercera generación…”. Las personas de la plaza son una comunidad, comunidad que ha crecido junta y eventualmente ha tomado el trabajo de sus padres, quienes ya han fallecido, pero de quienes han mantenido la tradición familiar con pasión y cariño.

Al hablar sobre las tradiciones especiales de la plaza surge una imagen particular que lleva más de 60 años en el lugar, y que corrió peligro durante la reciente restauració. En el año 1953 se acomodó en el centro del lugar una imagen del Divino Niño, el santo ha sido objeto de devoción de la comunidad, y en las navidades solía congregar a todo el mundo a su alrededor para celebrar las novenas de aguinaldos. El mismo Niño sufrió varios tropiezos de la vida, y con lo arruinado que estaba, durante la restauración se le prometió a la comunidad que se reemplazaría la figura por una nueva, pero eso era lo que menos querían, el santo de su devoción sería el mismo al que rezaban y cantaban sus padres y abuelos, por lo que lucharon para mantener la misma imagen del Divino Niño, y que en lugar de reemplazarlo pudiesen arreglar el que tenían y adoraban desde hace tantos años. “Él es Él” expresa Álvaro con firmeza, pues no habría reemplazo para la imagen del siempre joven Niño Jesús. Hoy ya no está en el centro de la plaza, se encuentra en una pared a un costado, pero sigue siendo símbolo de la tradición y la devoción de la comunidad a su alrededor.

Yolanda pasa varios minutos cavando en las profundidades de sus archivos para tratar de encontrar fotos que muestren cómo era la plaza antes de 2018, antes de que se mezclara con el frío de la calle durante varios años. Uno de los recuerdos más vívidos y recientes de la comunidad es la restauración de esta, con justa razón, pues sus puestos tuvieron que pasarse al andén del frente para continuar funcionando mientras el Distrito modernizaba el edificio. Aún cuando la restauración se completó, los comerciantes no pudieron volver a sus lugares de trabajo habituales debido a la pandemia de la Covid-19, por lo que su apertura se retrasó hasta octubre de 2020.

La pandemia afectó profundamente a todos los comerciantes de la plaza, como Álvaro que enfatiza en que aún se está recuperando, refiriéndose al golpe económico que recibió. Por eso él, a sus 64 años y aún gozando de buena salud, tiene en su cerrajería horario de sala de emergencia. Tiene también un servicio a domicilio a cualquier lugar de la ciudad, y no se mosquea ni un poco al responder con un “Sí, a dónde sea, cuándo sea”, aún cuando la propuesta de viajar entre Suba y Fontibón a las 3 de la mañana parezca descabellada.

Actualmente, la cerrajería de Álvaro no es solo una cerrajería, para mantenerse a flote ha aumentado su mercancía para convertir el lugar en una muy variada miscelánea, él y Yolanda venden desde cuchillos de cocina hasta removedores de esmalte y herramientas de construcción, guayas para motos y bicicletas e incluso unas llamativas lámparas de mesa con los logos de varios equipos de fútbol colombianos.

Aunque han tenido que variar sus productos para adaptarse al cambio de su barrio, la cerrajería sigue siendo eso, una cerrajería, y don Álvaro no se molesta al hablar tendido y claro sobre la gran diversidad y complejidad de las llaves. Un trabajo de duplicado común puede salir en mil pesos, pero una llave de seguridad puede costar entre ochenta mil y ciento cincuenta mil. Los pesos que pueden tener las diferentes chapas, cómo se hacen copias para automóviles, enormes y majestuosas llaves que podrían perfectamente ser para abrir la reja del cielo; todo hace parte del trabajo de don Álvaro, quien se nota ha cultivado este oficio por muchos años y con mucha dedicación. “Ahí voy…Pues, saqué mis hijos adelante con mi trabajo, están todos muy bien, preparados”.

“La verdad ya estoy cansado”, asevera, el oficio al que se dedica es de correr y correr, por más que lo disfrute; y es también muy delicado, por lo que se rige por un código moral de honestidad inquebrantable. Ya dejó a nombre de su esposa el local, “ella es la que sigue con esta tradición”, no quiere obligar a sus hijos a continuar con el negocio, por lo que sabe que su esposa es su mejor heredera. Para él es un lugar especial, y a pesar de todos los cambios que han ocurrido, opina que no pueden ignorar la modernidad y el progreso, pues con ellos vienen cosas buenas. Sin embargo, algo que Álvaro desea es que no se pierda la tradición de las plazas de mercado, para él, en esas convergen el poder de la gastronomía, el comercio y la cultura: “La plaza me parece tan increíble porque entra cualquier persona, se encuentra más economía, y la pasan bien, no sé, como en familia (…). Sería muy bueno que la juventud pensara en que se conserven las plazas, que es algo muy bonito”.

La Plaza Distrital de la Concordia, con todos los cambios que tenga, seguirá siendo parte del patrimonio de los bogotanos, como lo es toda La Candelaria, pues son hogares de tradiciones, de comunidades que son familia y de una larga historia que, como reza el argot popular, se escribe con barrigas llenas y corazones contentos.

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