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La mirada de Cristina Taborda

Un embarazo imposibilitó los planes de Cristina Taborda para ingresar a los campamentos las FARC. Sin embargo, fue el punto de partida para tejer una relación con la comunicación y la cámara. Aprendió a tomar fotos en caliente y hoy siente que la fotografía es el camino para sensibilizar y construir paz.

Cristina Taborda hizo parte de lo que ella denomina “una familia fariana”. Tuvo 9 hermanos, los cuales algunos se enlistaron en un futuro en la guerrilla. Sus padres eran campesinos y siempre apoyaron la lucha que ejercía el movimiento en San Jorge, Antioquia.

 

Durante su infancia le llamó la atención y tuvo afinidad con la fotografía. Cuando se reunía con el resto de su familia, ella era feliz sentándose y observando los álbumes familiares. Ese “plan perfecto”, como ella lo recuerda, sería años después en lo que se destacaría en la guerrilla. “Yo sentía como esa magia en la fotografía”, cuenta al rememorar el vínculo que tuvo desde pequeña.

 

Ella vivió entre el caso urbano y rural del territorio hasta los 14 años.  En su crianza la filosofía guerrillera estuvo presente. Quiso vincularse al grupo, aunque dudó en más de una ocasión. “Yo fui una de esas personas que se vinculó a la lucha por convicción, por amar la lucha, por ver la lucha necesaria”, recuerda al señalar que, por su entorno, los lazos con la guerrilla eran fuertes.

 

A diferencia de otros combatientes, ella no se consideraba -ni se considera- una mujer de guerra, está en contra de la lucha por medio de las armas. Taborda sintió que los propósitos del movimiento eran necesarios en su región. “Donde me crie, estaban esas necesidades que me tocaba ver todos los días, ver a la gente que se moría, los niños se morían de parásitos, la gente se moría de enfermedades tranquilamente”.

 

Desde pequeña le gustaron los cuadernos y los libros, siendo una estudiante sobresaliente en la escuela. Cuando estaba meditando la decisión de enlistarse, pensó que su aporte radicaría en la educación, ejerciendo como profesora y seguir aprendiendo a la par por medio de cursos o talleres.

 

A los 15 años y sintiendo más admiración por la guerrilla, ocurrió un acontecimiento clave en su vida: el divorcio de sus padres. Se mudaron más cerca a la ciudad, debido a que su madre quería que ella cumpliera el bachillerato. Empero, en sus planes no estaba el bachillerato, sino enlistarse. En ese momento, tuvo el dilema de hacer parte de las FARC.

 

El colegio le gustaba, pero no se sentía del todo cómoda estando allí en vez de los campamentos. Ella se puso en contacto con un primo, quien también quería ingresar. Ambos realizaron los trámites necesarios y sólo bastaba esperar que los recogieran. Todo estaba listo, pero la sospecha de su embarazo hizo que los planes se modificaran y no se la pudieran llevar.

 

Las puertas no se le cerraron. La posibilidad de estar en campo era nula, por lo que fue delegada a cumplir un rol administrativo en Medellín. Sus responsabilidades radicaron en apoyar con temas logísticos las situaciones cuando llegaban los compañeros heridos. Junto con su madre e hijos, ambas se fueron a vivir a la capital antioqueña.

“Un día nos capturaron a mi mamá y a mí, nosotras estuvimos seis meses en la cárcel”, señala al recordar que una entidad estatal las había investigado y puesto en prisión en 2002. La experiencia fue dura por haberse separado obligatoriamente de sus dos bebés. Además, ella comenta que “ellos utilizaban a mis niños para doblegarme. Eran cosas como ‘confiese que en este momento ya van en un avión para Estados Unidos, que alguien ya los adoptó’”.

La convivencia en la cárcel fue menos traumática de lo que ella pensaba. Su rol de liderazgo le permitió desenvolverse, alfabetizar a las demás convictas y planear obras de teatro. “Fue una experiencia en la que aprendimos mucho, conocí muchas historias”, recuerda.

Al momento de salir, no pudo continuar en Medellín, por lo que se vuelven a mudar, esta vez en el frente 58 de Ituango. Al culminar el bachillerato, trabajó en el sector de comunicación y propaganda en las FARC. Para ese momento ella ya era madre de dos niños, lo cual generaba que no podía estar internada en el campamento por tiempo completo. No podían volver a Medellín, por el apogeo paramilitar del momento, la mejor opción era el caso urbano de Ituango.

 

Ella participaba en la propaganda desde la distancia y cursó varios talleres, como el de cartografía. A ella le gustaba la comunicación, debido a que permitió que explotara su pasatiempo por la fotografía. “Lo mío siempre fue la cámara, tenía una sensibilidad”, explica. Nunca había aprendido ni estado en cursos de fotografía, entonces todo lo que hacía era empírico.

 

Taborda ejercía como camarógrafa del frente. En los combates bajos de control (de poco riesgo), participaba tomando fotografías. No podía tomarle fotos a todo el mundo, porque en la mayoría de escenarios era prohibido; sólo podía capturar cosas puntuales estipuladas previamente. Sin embargo, los compañeros se desenvolvían al frente del lente, eran fotogénicos. El material conseguido en esos espacios era registro para la propaganda.

Cuando ella no estaba en territorio, trabajaba en una oficina en la cual aprendió en caliente a producir piezas gráficas. No contaban con los equipos más avanzados y un camarada iba de vez en cuando a explicarles cosas: “a duras pena hacía bolitas en Power Point”, cuenta. Luego, ella se vuelve a radicar en Medellín, donde decide inscribirse en la carrera de diseño gráfico, para pulir la propaganda, publicidad y formarse más en fotografía para estar a la altura. En la universidad realizaron un concurso de fotografía, y lo ganó. En las piezas demostró tener talento y habilidades en esa área.

“La fotografía le permite a uno mover fibras, mover emociones, sensibilizar y para la construcción de paz es necesario eso”.

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Taborda enseñándole a las presas

Taborda tomando fotografías

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-Vos tenés muy buen ojo, porque tus fotos salen con técnica aún sin saberlo- le dijo un profesor al felicitarla. – Métete por ese lado y dedícate a la fotografía -.

 

“Siempre fui convencida de los estragos de la guerra”, afirma Taborda al recordar la emoción que sintió en 2012 al conocer la noticia del inicio de los acuerdos de paz en La Habana. “Teníamos que buscar otra salida fuera de la guerra, porque era demasiado dolorosa”. Fiel a su convicción, ella no era afín a la lucha por medio de las armas.

 

Ella estuvo gran parte de su militancia en la ciudad, por lo que presenció las muertes de los comandantes Raúl Reyes, Alfonso Cano y otros combatientes desde la distancia. Esas noticias fueron duras y dolorosas. “Me tocaba llorarlos por televisión, en espacios donde a veces ni siquiera podía llorar porque escuchaba comentarios súper dolorosos cuando celebraban la muerte de ellos”, comenta.  

 

Taborda reprimió varias emociones, por lo que los diálogos de paz eran el camino de acabar con eso y poder cambiar los estigmas presentes en la sociedad sobre lo que hacían. Tras la firma del acuerdo, ella fue reorganizada en Carrizal, en un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR), y allí apoyó el proceso en la gestión de la comunicación.

 

En 2020 y por el homicidio de dos excombatientes varios firmantes se reunieron en una peregrinación en Bogotá, la peregrinación nacional por la Paz y la Vida. El rol de ella fue realizar piezas publicitarias, por lo que no participó presencialmente. El evento fue la oportunidad de conocerse con Gina Parra y Jacinto Constante de forma remota. Ambos, junto con Marcos Guevara (otro firmante), estaban materializando la idea de formar un colectivo de excombatientes que se dedicaran a la fotografía. Tiempo después, Taborda hizo parte del colectivo y todavía lo está.

 

Meses después, con el apoyo de Naciones Unidas, Unión Europea, los fotógrafos Federico Ríos y Jesús Abad Colorado realizaron un taller de fotografía con excombatientes en Tierra Grata y el Colectivo Miradas estuvo presente. “Fue una posibilidad de aprender muchas cosas”, recuerda con agrado las enseñanzas del taller.

 

Taborda considera que la fotografía permite llegarles a los sentimientos de las personas. Ella siente que se ha estado construyendo una reincorporación social, política y económica, lo cual implica que las propuestas expuestas sean el camino que se construya para lograr la paz.

 

Retratar momentos y expresiones son lo que permite hacer una lectura no sólo a partir de las cifras de una situación, sino en poder transmitir una emoción, una historia. Las fotografías ofrecen mucha más información, sensibilizar a las personas que históricamente han estado alejadas y conocer de una manera humana a Colombia.

Taborda con su diploma del taller de Tierra Grata

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