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La paz de Ivonne Rivera

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“Una paz estable y duradera, no una paz de sepulcros como se venimos ahorita con este gobierno”.

Con la firma del acuerdo en 2016, Rivera pasó de ser la encargada de la propaganda en el campamento a gestionar las redes sociales y ser la fotógrafa de Carlos Antonio Lozada en Bogotá. En el 2020, le dieron la responsabilidad de cubrir una marcha que se realiza en la capital, como respuesta al asesinado de dos excombatientes. El evento se llamó “La Peregrinación Nacional por la Paz y la Vida”. La marcha significó el momento para materializar la idea de formar un colectivo de excombatientes fotógrafos. Su acercamiento al colectivo no se dio en la peregrinación, sino que se dio en un taller que se realizaron tiempo después en Tierra Grata, Cesar. Estando allí, el colectivo la invitó a adherirse al proyecto. Rivera conoció más del colectivo por medio de Instagram, viendo las piezas que ellos realizaban. El 12 de octubre de 2021 aceptó hacer parte y continúa hasta hoy día.

 

 

Actualmente, ella tiene experiencia de sobra con la cámara. No es la misma que la primera vez que tuvo en sus manos una Canon. En los recorridos por territorios, capturando fotografías, ella cree ha aportado para la paz. “Es bueno por medio de la fotografía, El arte es muy importante porque allí se expresa, se plasman esos instantes”, señala. Rivera afirma que los estigmas estuvieron -y están- vigentes en la gente sobre ellos: “Es que a veces la gente piensa que es porque uno hace parte de una guerrilla, solamente se la pasaba como gallos de pelea, buscando a toda hora pelear y eso no era así”. Por medio de la fotografía, piensa que se puede cambiar la reputación que les han impuesto. La fotografía ayuda en gran medida a la construcción de paz, y el Colectivo Miradas pretende seguir en ese camino. Para ella sigue siendo desalentadora la cifra de 300 combatientes asesinados, pero implica que la paz sea más necesaria que nunca.

Al inicio de los acuerdos, la primera sensación fue incredulidad. Antiguamente ya se había tratado de realizar acuerdos de esa magnitud, sin resultado. Sin embargo, el acuerdo empieza a avanzar y la “vaina empieza a cuajar”, cuenta Rivera. La alegría estuvo presente en los compañeros. Ella sentía que “puede que pudiéramos ser buenos amigos (con el Ejército) y matándonos, es una contradicción”. No estaba de acuerdo con que se siguieran asesinando entre ellos.

Esos “chascos”, como ella los llama, los recuerda con aprecio y fueron el modo de aprender en caliente de fotografía. También crearon redes sociales, lo cual permitió que su familia se pusiera en contacto con ella después de muchos años. Los combatientes de La Habana podían invitar a sus familias a viajar, por lo que Rivera aprovechó eso y se reencontró con ellos. 

Dentro de los equipos de trabajo que viajaron, ella estuvo en uno de ellos. Al llegar, explica Rivera, “nos dotaron de cámaras Canon, de esas grandes”. En el campamento trabajaban con cámaras de menor gama y automáticas, por lo que usar una cámara de mayor gama era un reto. Durante tres días estuvo en un curso aprendiendo a manejarla. Aprendían lo fundamental y salían a practicar. “A uno lo mandaban a cubrir algunas cosas y uno asustado con esa cámara”, recuerda. De esa inexperiencia con esos insumos hubo experiencias jocosas, como no tener tarjeta al momento de grabar o los micrófonos descargados al momento de grabar.

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En el campamento, participó en cursos de informática, video y fotografía. El objetivo era realizar campañas de propaganda produciendo videos, imprimiendo comunicados de prensa y realizando piezas visuales. Rivera no trabajó sola en esa área, estuvo acompañada de la compañera Milena. Durante varios meses, ambas estuvieron a cargo de la propaganda distribuida en la población rural. Al momento de iniciar los diálogos de paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP, el comandante Loaiza y Milena viajan a La Habana.

 

Milena iba a hacer parte del equipo de trabajo que se encargaría de transmitir el noticiero Informativo Insurgente, en el cual se informarían los avances del acuerdo. Rivera creyó que el noticiero iba a ser otra forma de demostrar la importancia de la comunicación en la lucha revolucionaria. Ya la había experimentado con la propaganda, por lo que el informativo era otra oportunidad. “Los camaradas allá (en La Habana) vieron que se necesitaba difundir todo lo que estaba saliendo de las reuniones, todo lo que se hacía”, señala. Los acuerdos de paz fueron avanzando paso a paso, por lo que se empezó a necesitar más gente en Cuba.

Su frente se dirigió a un campamento seguro. “Fueron ocho días bastante duros, pues trasladando a los heridos por los lados de la Serranía de la Macarena, desplegándonos por las sábanas del Darien”, rememora Rivera en lo que vino después del ataque.  En ese reordenamiento, Rivera fue enviada, una vez más, a otro frente. Ella estaba esperanzada que la mantuvieran en el frente 40, pero la envían a la compañía José María Carbonell, a cargo de Carlos Antonio Lozada.

En el 2012 ocurrió una situación que puso en peligro su vida y la del frente. El Ejército Nacional fue informado de la ubicación del campamento. Rivera describe el suceso así: “se dieron cuenta porque tenían entre nosotros lo que llamamos hombres zorros. Nosotros ya sabíamos que había Ejército cerca, que se aproximaba un operativo (bombardeo) para nosotros, entonces empezamos a evacuar”. A la madrugada siguiente inició la hecatombe. “Bombardean una de las tres compañías”; señala Rivera al explicar que el bombardeo ocurrió aproximadamente a 500 metros de donde ella estaba. “Murieron 39 compañeros y 17 heridos”, fueron las cifras del ataque.

Nació en San Juan de Arama, en Meta y siendo hija de guerrilleros, a los 23 días de nacida y por temas de seguridad, fue recibida por una familia adoptiva que la acogió de la mejor manera. “Yo ahorita quiero muchísimo más a mi mamá de crianza, toda la vida estuve con ella y bueno, pues ahí fui creciendo en el seno familiar”, cuenta. Se volvió a mudar cinco años después a Mesitas y siguió cursando la primaria. Su padre vivía en el frente 40 de las FARC cerca de los lados de La Julia, un sitio lejano de donde ella vivía. Sin embargo, lo visitaba con frecuencia. En esas visitas, ella empezó a familiarizarse más con la guerrilla.

 

“Yo ya venía con el pensado de, bueno, voy a ingresar porque mis papás eran de edad y mi hermano de crianza que quería muchísimo ingresó al frente 27”, relata Rivera al recordar que su hermano le dijo que la iba a esperar en el mismo frente para combatir juntos. “Él quería que estuviera al lado de él”. La promesa quedó incompleta, porque cuando ella tenía 12 años, su hermano falleció calentando un explosivo. “Se le estallaron las bombas y ahí murió él con otro compañero”. Ese suceso le dio más motivos para continuar el legado familiar y en un futuro, no manejar explosivos.

 

Rivera culminó el bachillerato. Al poco tiempo, su padre falleció, por lo que su madre se quedó sola. Ella quería ayudarle a su madre, por lo que empezó a buscar oportunidades para trabajar. Sin embargo, la más accesible y que más le llamaba la atención era hacer parte de las FARC.

 

 

Al no tener la mayoría de edad cumplida, ella no entró directamente al movimiento. Primero fue dirigida a realizar cursos básicos, en los cuales iba a aprender las normas, estatutos, derechos y deberes de los combatientes. Un aprendizaje teórico antes de ingresar. Tiempo después, Rivera ingresó a su primer campamento, el del comandante Darío. Allí siguió estudiando en cursos junto con estudiantes de la Universidad Antonio Nariño. Para ese momento, sus únicas labores eran estudiar y pagar la guarda.

 

De vez en cuando la incluían en exploraciones cortas, como trasladarse de un campamento a otro cercano. En una de esas, concretamente un 31 de diciembre, se encontró nuevamente con su familia de crianza. “Fue la primera vez que los vi, los saludé. Estuvimos ahí un ratico y luego tocó partir”, rememora en lo que fue el último contacto con ellos en varios años.

 

Con la edad adulta cumplida, le designaron uno de los roles más importantes en el campamento del frente 40, la de ser radista. Rivera explica que los radistas “deben ser de mucha confianza, porque es la seguridad; son las personas que reciben los mensajes”. Su función implicaba ser la portavoz y receptora de los mensajes exteriores. Ella se informaba de lo que ocurría alrededor y ponía al tanto al comandante, para que él le comunicara al escuadrón y tomara las respectivas decisiones.

 

La disciplina y confianza eran dos pilares en este rol, no apto ni delegado a cualquier compañero. “Tenía que ser una persona responsable para que tampoco se salieran los mensajes que llegaran, porque pues eso podía ocasionar muertes”, cuenta. Ese cargo que ejerció fue el primer acercamiento de ella con la comunicación.

 

Con el pasar de los años, el hogar de Ivonne Rivera estuvo en varios campamentos. Desde su nacimiento, pasó gran parte de su vida trasladándose de un frente guerrillero a otro. Con una cámara en sus manos, ha capturado momentos que retratan un sueño de ella, lograr una paz estable y duradera.

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Rivera alejándose del bombardeo

Rivera llegando a Cuba

Rivera con su diploma del taller de Tierra Grata

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